El gobierno cubano culpa de los problemas de su economía a las sanciones impuestas por los Estados Unidos, ¿en qué medida es eso cierto? Comencemos por lo evidente: seis décadas de sanciones han causado un gran daño a la economía cubana. Aunque no tan grande como solía alegar su gobierno hasta 2017. Ese año el Instituto Nacional de Investigaciones de Cuba cifraba el costo de las sanciones en unos US$ 822.000 millones. En 2018 una estimación de la CEPAL redujo el cálculo a unos US$ 130.000 millones. Entonces el gobierno cubano sinceró sus cifras y, según el informe “Cuba vs. Bloqueo”, las pérdidas ocasionadas hasta mediados de 2021 por esas sanciones alcanzarían los US$ 144.000 millones. Esa cifra, elevada en términos absolutos, lo es aún más si se contrasta con el tamaño de la economía de Cuba (cuyo PIB alcanzó en 2019 unos US$ 103.000 millones). Por eso cada año, desde 1992, la Asamblea General de la ONU aprueba una resolución exigiendo el fin de esas sanciones (este año sólo Estados Unidos e Israel votaron en contra).
Pero esa no es toda la historia. De un lado, así como la economía cubana es víctima de sanciones estadounidenses, también fue beneficiaria de la ayuda económica primero de la Unión Soviética, y luego de Venezuela. De otro, existen razones para creer que las sanciones no son la única explicación del desempeño de la economía cubana desde la revolución.
Piense, por ejemplo, en Vietnam, un país que estuvo en guerra durante 20 años consecutivos, 10 de ellos contra los Estados Unidos. Sólo durante la guerra contra los Estados Unidos y sus aliados locales, murieron en ese país (dependiendo de la fuente), entre 900.000 y 1.400.000 personas. En general, el daño que la guerra iniciada por los Estados Unidos causó a la economía vietnamita es inmensamente superior al daño causado por sus sanciones contra la economía cubana. Podría alegarse que ese daño cesó en 1975 (con el fin de la guerra), mientras las sanciones contra Cuba continúan aún hoy, pero eso no es del todo cierto. No sólo tuvo luego otra guerra con China, sino que, además, como informaba en 2019 un titular del diario español El País, “El agente naranja sigue pudriendo los suelos de Vietnam 50 años después” (ese fue el principal defoliante empleado por los Estados Unidos). Pese a ello, aún bajo gobierno comunista, pero introduciendo reformas económicas que le permitieron integrarse en cadenas de valor internacionales, Vietnam ha logrado alcanzar tasas altas y sostenidas de crecimiento.
O piense en Venezuela, que está desde 2017 bajo sanciones estadounidenses contra el conjunto de su economía. Un indicio del costo que estas tienen para Venezuela es el hecho de que, pese a que en 2017 las exportaciones venezolanas crecieron de US$ 28.000 millones a US$ 32.000 millones, las importaciones cayeron en 31% porque una proporción creciente de las divisas se destinó a pagar el servicio de la deuda pública externa (dado que las sanciones impidieron su refinanciación o encarecieron la emisión de nueva deuda). Es decir, al igual que en Cuba, las sanciones estadounidenses causan un gran daño a la población sin conseguir su objetivo (un cambio de régimen).
Pero, nuevamente, esa no es toda la historia. De un lado, Venezuela ingresó a la tabla Hanke-Krus (que compila los casos de hiperinflación a nivel mundial), a fines de 2016: es decir, antes de que Trump asumiera la presidencia y aprobara las principales sanciones contra su economía. De otro, el FMI calcula que, al cierre de 2021, la economía venezolana será un 83,5% menor de lo que era en 2013. El recuento comienza en 2013 porque ese fue el año en que comenzó la caída del PIB venezolano (antes de las sanciones de Trump).