Entre los países de la OTAN no hay dudas respecto al hecho de que lo ocurrido en Crimea es un acto de agresión por parte de Rusia. Y lo es. Pero entonces, ¿por qué Vladimir Putin puede afirmar (de modo verosímil para una audiencia rusa), que sus acciones tienen un propósito defensivo? Putin dijo específicamente que “Nuestros socios occidentales encabezados por Estados Unidos, prefieren guiarse en política internacional por el derecho del más fuerte”, añadiendo que “todo tiene un límite”, y que este habría sido transpuesto en Ucrania.  

Para entender esa diferencia de interpretación habría que recordar la historia reciente de Rusia. Tras el fin de la Unión Soviética era claro que Rusia no podía evitar que la OTAN se expandiera para incluir a sus antiguos aliados del Pacto de Varsovia. Tampoco ponía mayor objeción a que la OTAN incorporara antiguas repúblicas de la Unión Soviética como Estonia y Lituania. Pero Rusia asumía que los países de la OTAN comprendían que algunas ex repúblicas soviéticas (en particular Bielorrusia y Ucrania), representaban un caso diferente. No sólo por su relación histórica con Rusia, sino además porque eran los proverbiales Estados tapón, que creaban una prudente distancia entre el territorio ruso y el de potencias rivales. Ese no era precisamente un hecho desconocido en Occidente, como demuestran las advertencias que lanzara Kenneth Waltz hacia mediados de los 90: “La ampliación de la OTAN traza nuevas líneas divisorias en Europa, alínea a aquellos que quedan fuera del proceso, y no tiene un final lógico en su avance hacia el oeste de Rusia. (…) Lanza a Rusia hacia China en lugar de acercarla a Europa y a los Estados Unidos”. 

Concuerdo con quienes sostienen que las sanciones económicas aplicadas contra Rusia no bastarán para revertir la decisión de anexar Crimea. De un lado, Estados Unidos tienen la voluntad de aplicar sanciones comprehensivas, pero no tiene mayores lazos económicos que cortar con Rusia. De otro lado, la Unión Europea sí tiene lazos que cortar...

Podría incluso afirmarse que la anexión de Crimea es parte de una estrategia para reducir el costo que implica la probable pérdida de Ucrania. Porque esa anexión hace menos,  no más probable que Ucrania vuelva a tener un gobierno aliado de Rusia: de una parte, porque unifica a quienes se oponen a esa posibilidad dentro de Ucrania (cuyas divisiones tras la “Revolución Naranja” en 2004, permitieron el regreso de Víctor Yanukóvich a la presidencia en 2010). De otra parte, porque Yanukóvich derrotó a Yulia Timoshenko en las elecciones presidenciales de 2010 por menos de un millón de votos, es decir, un número de votos menor al que perderán los aliados de Rusia en Ucrania tras la secesión de Crimea. 

Concuerdo con quienes sostienen que las sanciones económicas aplicadas contra Rusia no bastarán para revertir la decisión de anexar Crimea. De un lado, Estados Unidos tienen la voluntad de aplicar sanciones comprehensivas, pero no tiene mayores lazos económicos que cortar con Rusia. De otro lado, la Unión Europea sí tiene lazos que cortar, pero precisamente por la importancia que tienen para su propia economía, no parece dispuesta a hacerlo.

Eso no significa sin embargo que Rusia libre esta crisis sin encajar un costo significativo a futuro. Rusia invadió Georgia tras un año en el cual el ingreso disponible en el país creció en 12%. Ahora ocupa y anexa Crimea con un crecimiento proyectado de 3% en el ingreso disponible para 2014. Ello en un contexto en el cual la cotización internacional de hidrocarburos que representan el 65% de exportaciones rusas y más de la mitad de los ingresos fiscales tiende a menguar, en gran parte como consecuencia de la adopción creciente de técnicas de extracción de gas y petróleo de esquisto.

Además las sanciones económicas no sólo infligen un costo directo, sino también uno indirecto a través de su efecto sobre las expectativas de los agentes económicos. Vladimir Putin no pareció entender eso cuando amenazó con aplicar sanciones contra inversionistas occidentales en Rusia, en represalia frente a posibles sanciones en su contra. Con ello produjo una fuga de capitales que ocasionó pérdidas en la bolsa de Moscú, una caída significativa en la cotización del rublo, y una elevación a 9,7% en el rendimiento de los bonos gubernamentales (que antes de la crisis pagaban menos de 8%). Según el diario Financial Times, las diez mayores fortunas de Rusia sufrieron una pérdida combinada de 6.600 millones en tan solo una semana.    

A lo anterior habría que sumar el cálculo que países europeos dependientes del gas ruso podrían estar haciendo en este momento: entre las crisis políticas que provoca periódicamente su gobierno, y los cortes de suministros como medio de negociación en el pasado, no pocos deben estar considerando la posibilidad de buscar fuentes de gas más confiables, o fuentes de energía alternativas (Alemania podría, por ejemplo, reconsiderar el plazo de cierre de algunas de sus plantas nucleares). Recordemos que Japón decidió invertir en la generación de energía nuclear después del embargo petrolero de 1973 y, en general, de las alzas en la cotización del petróleo durante la década del 70.