En 2015, se establecieron los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas para e2030. El segundo objetivo, Hambre cero, propone acabar con este flagelo mediante la reducción de la inseguridad alimentaria y la desnutrición. Sin embargo, a 2021, existían 828 millones de personas que padecen hambre en el planeta, es decir, un 9,8% de la población mundial. Así lo reveló la última edición del “Estado de la seguridad y la nutrición en el mundo”, publicado por el director ejecutivo de la ONU, David Beasley, quien advirtió que existe el peligro real de que la cifra se incremente los próximos meses.

Lo más preocupante aún es que 50 millones de personas en 45 países están a solo un paso de la hambruna, lo que supone una catástrofe inminente y el riesgo de una presión política global sin precedentes.

En búsqueda de una mayor fuente de nutrientes

Según la ONU, se calcula que, en 2050, el planeta estará habitado por 9.500 millones de personas. La Tierra será sometida a fuertes presiones en cuanto a su capacidad de generar alimentos. Es indudable que la expansión agrícola siga en marcha y amenace cada vez más áreas verdes y bosques del mundo. Los investigadores de la Universidad de Oxford estiman que el 83% de las tierras agrícolas globales se destinan a obtener productos de origen animal, mientras que el aporte calórico para los humanos es solo del 18% y el proteico del 37%. En otras palabras, pese a las mejoras agrícolas y productivas, persiste un ineficiente uso de recursos con bajos rendimientos en algunos países.

El consumo de carne también tiene un considerable impacto en volumen de recursos para la alimentación de ganado, peces, o aves. Desde el ámbito de la salud, los médicos y los nutricionistas advierten que, aunque la ingesta de proteína animal es necesaria, el consumo excesivo o muy frecuente de carnes rojas, por ejemplo, conduce a potenciales problemas cardiovasculares. En este contexto, si bien los vegetarianos señalan que una dieta basada en frutas, hortalizas y legumbres es más sana y responsable con el medioambiente, esta afirmación no es del todo cierta.

El cultivo de frutos y vegetales necesita grandes extensiones de tierras, agua, fertilizantes y pesticidas cuando se trabaja a gran escala. Entonces, si realizamos algunos cálculos, es insostenible mantener los actuales hábitos de consumo del mundo occidental si consideramos un aumento poblacional del 40% en las próximas tres décadas. Es necesario explorar otras fuentes de alimentación más nutritivas con un menor nivel de consumo de recursos y de impacto medioambiental.

Por ello, desde 2003, la Organización Mundial para la Alimentación (FAO) realiza estudios exploratorios para paliar el hambre mundial de la manera más eficiente y menos contaminante. Un ejemplo es la crianza de insectos como fuente de alimento. Los insectos son abundantes, se reproducen con velocidad y su crecimiento es extremadamente rápido. Además, son una valiosa fuente de proteínas. Existen variedades específicas que poseen el doble e, incluso, el triple de proteínas que la carne roja, blanca o el pescado. Asimismo, los insectos son una fuente muy rica de omega 3 y hierro.

Especies de insectos más consumidas

Los entomólogos destacan que, en el mundo, habría cerca de 2.000 especies de insectos comestibles. Por su parte, la FAO indica que los insectos más consumidos son los escarabajos o coleópteros (31%); las orugas o lepidópteros (18%) y las abejas, avispas y hormigas o himenópteros (14%). Les siguen los saltamontes, las langostas y los grillos u ortópteros (13%); las cigarras, los fulgoromorfos, los saltahojas, las cochinillas y las chinches, o hemípteros (10%); las termitas o isópteros (3%); las libélulas u odonatos (3%); las moscas o dípteros (2%), y diversas órdenes (5%).

Recurrir a los insectos como fuente de suministro alimenticio tiene tres beneficios clave. En primer lugar, desde el punto de vista económico, es más eficiente producir un kilo de proteína de insecto que uno de vaca, cerdo o pollo. En segundo lugar, desde una lente medioambiental, los insectos representarían una gran opción para reutilizar los descartes orgánicos, es decir, comida, restos de fruta, carcasas, etc., lo cual reduciría los gases de efecto invernadero.

En tercer lugar, desde una perspectiva social, la crianza de insectos podría paliar el hambre mundial y brindar acceso a nutrientes de calidad a millones de seres humanos. El consumo de insectos no es ajeno al ser humano. Países de África, Asia, América del Sur y Oceanía consumen chapulines, suris, hormigas culonas, gusanos de harina y larvas, entre otros.

Retos de la industria alimentaria

De seguro usted se preguntará si el autor de este artículo estaría dispuesto a comerlos. Mi respuesta inicial sería negativa. Esta reacción ciertamente resume el gran reto que enfrenta la industria alimentaria: tornar apetitosos a insectos cuyo aspecto nos genera aversión y rechazo, ambos productos de reflejos evolutivos acumulados por miles de años.

Entonces, ¿cómo volver más ricos a los insectos? Está claro que añadir salsa o saborizantes a una araña o larva no las convertirá en un manjar. No obstante, existen empresas que han logrado extraer las proteínas de los insectos en forma de harina que no tiene olor ni sabor, es decir, pueden usarse como complemento nutricional o añadidura para las legumbres, los guisos y las salsas.

Existe pues una gran oportunidad de capitalizar la riqueza, diversidad y abundancia que nos ofrecen los insectos como alternativa. Sin embargo, para darle impulso, se requiere la participación y el involucramiento de empresas, investigadores, Gobierno, consumidores y productores para desarrollar una cadena de valor basados en insectos. Se trata, quizás, de la mejor y mayor posibilidad que tendríamos de aplacar el hambre mundial y robustecer la seguridad alimentaria. Después de leer este artículo, puede que observes a los insectos con otros ojos.