La crisis del Covid-19 deja en evidencia la necesidad de que los gobiernos y los organismos políticos multilaterales se tomen en serio la prospectiva estratégica y los estudios de futuros como base de las políticas públicas y la gobernanza global. Y que tengan en cuenta las investigaciones científicas que van por delante de los acontecimientos, así como a las previsiones y advertencias de los centros de estudios especializados. Baste señalar algunas de estas: el think tank The Millennium Project Global Futures Studies & Research, con más de tres mil miembros de sesenta y dos países, emite anualmente desde 1997 el informe “State of the Future”, en el que sistemáticamente, basado en datos concretos y la destilación de múltiples estudios prospectivos de todas partes del mundo, ha llamado a la comunidad internacional a prepararse ante la creciente amenaza de enfermedades nuevas, recurrentes y microorganismos inmunes, que junto con las migraciones y la proliferación de viajes internacionales, aumentan el contagio de enfermedades más rápidamente que en el pasado, mientras que, paradójicamente, “la capacidad de decidir parece disminuir a medida que los problemas se hacen más globales y complejos”. En el año 2000, el National Intelligence Council, de Estados Unidos, emitió un informe sobre el desafío global de enfermedades infecciosas, fijando tres escenarios a los que enfrentar. En 2007, la American Society for Microbiology alerta sobre la “bomba de tiempo” que representa la costumbre del sur de China de comer mamíferos exóticos, debido al resurgir del coronavirus SARS y una gran reserva de virus similares al SARS-CoV en murciélagos. En 2008, el informe Global Trends 2025: A Transformed World, del gobierno de los EE.UU. anticipa la posible aparición de una pandemia debido a mutaciones genéticas de patógenos, como el de la gripe aviar y el SARS. Y más recientemente, en 2019, la OMS advierte, con el sugestivo título de “Un mundo en peligro: informe anual sobre preparación mundial para las emergencias sanitarias”, que el mundo necesita establecer de forma proactiva los sistemas y compromisos necesarios para detectar y controlar posibles brotes epidemiológicos, pues la detección, preparación, respuesta y recuperación ante las emergencias sanitarias constituyen un “bien público mundial” que debe ser objeto de la colaboración de las comunidades ya sean locales o internacionales.

Algo tan simple y estratégico como lo que señala la OMS, y contundentes evidencias como las citadas, que se suman a muchas otras como las investigaciones de la Universidad de Hong Kong en 2007, o sea, muy cerca del foco potencial, parecen no tener suficiente impacto en la gestión del Estado y de los organismos internacionales. Vemos por estos días, que se reacciona de manera radicalmente diferente en distintos países y regiones, frente a una pandemia de grandes consecuencias sanitarias y económicas, incluso culturales, de alcance global. En algunos países, se reacciona por sorpresa con escasos mecanismos de anticipación y preparación de escenarios adversos, con medidas improvisadas, sin stock suficientes de suministros sanitarios básicos, idas y venidas de control, estadísticas a lo menos cuestionables, y mensajes confusos y contradictorios a la comunidad. En cambio, en otros países, con mayor tradición de preparación ante eventos inesperados, con suficiente reserva de suministros, con protocolos y medidas de prevención efectivas, aplicación de tecnologías de futuro (big data, inteligencia artificial, impresión 3D…) y comunicación coherente y orientada, los resultados son claramente distintos. Y tanto en el caso de la Unión Europea, de América Latina y a nivel global, hay posiciones encontradas ante crisis que son, precisamente, las que ponen a prueba la solidez de la coordinación de respuestas globales frente a desafíos globales, siguiendo los principios elementales de cooperación y solidaridad. Muchas voces se han levantado en los últimos días llamando a la comunidad internacional a coordinarse ahora y en adelante, porque ningún país o región se salvará sola de esta y futuras crisis. El más reciente artículo de Henry Kissinger, o los editoriales del Financial Times, del World Street Journal, del Secretario General de la ONU, de la OEA, las declaraciones de los centros de estudios prospectivos, la OMC, la OMS, etc. van todos en esta misma dirección.

Con toda seguridad esta emergencia pasará, lamentablemente más tarde que temprano, pero habrá una secuela de sufrimiento que era evitable, y repercusiones económicas, laborales, financieras, y existenciales de largo plazo, superiores a las que corresponderían si hubiésemos estado preparados, haciendo caso a tantas señales y tantas advertencias de organismos especializados y entendidos en prospectiva estratégica. Es probable que ahora, al calor de la crisis, se produzca un interés mayor, políticamente correcto, por tener en los gobiernos, en los parlamentos y en los organismos internacionales, unidades de prospectiva para anticipar escenarios adversos, y eso estará muy bien. El problema  estará en que, si a las existentes no se les ha hecho caso, y se han ignorado sus pronósticos, cambiar esa mirada cortoplacista en la gobernanza requerirá de una genuina voluntad de no ignorar el futuro.

*Esta columna fue escrita junto a Ibon Zugasti, director del Instituto Europeo de Prospectiva y Estrategia (Prospektiker), co-director de la Red Iberoamericana de Prospectiva (RIBER) y miembro del Consejo de Dirección del Proyecto Millennium.