¿Qué tienen en común el hundimiento del Titanic (1912), la explosión de la central atómica rusa de Chernobyl (1986), el atentado de las Torres Gemelas (2001) y la actual pandemia de Covid-19? Si pensaste que sobre los tres primeros hechos se hicieron grandes películas y series que superaron todas las fronteras, vas bien. Para la última, el guión ya se está escribiendo y es cuestión de tiempo. Pero fundamentalmente, todas ellas han contribuido de una u otra forma a generar un cambio global y su existencia constituye un hito para la historia de la Humanidad. Pero todos ellos también tienen en común en que hay consenso con que fueron "inesperados" y para lo cual nadie estaba preparado, explicación central de su impacto y consecuencias.
Todos estos hechos podrían ser catalogados de "cisnes negros", término acuñado por Nasim Taleb. ¿Pero eran realmente hechos inesperados o impensables? Sucesos como estos pueden ser considerados de inesperados por dos motivos. Una alternativa es porque matemáticamente analizamos y decidimos que la probabilidad es demasiado baja, por lo que resolvemos no alocar demasiados recursos a algo "muy improbable de ocurrir". O porque nuestro cerebro le asigna una baja probabilidad, aunque en verdad ellas no sean tan bajas, por los sesgos cognitivos que forman parte de nuestro pensar.
Nuestro sistema nervioso toma decisiones constantemente, guiando nuestras acciones y comportamientos. El gran problema es que por más que creamos que estamos tomando decisiones lógicas, existen muchísimos procesamientos de información que realizamos de manera inconsciente, sin siquiera darnos cuenta que el sistema lo está haciendo, o que filtra información que nos hubiese indicado que el supuesto cisne negro estaba a la vuelta de la esquina.
El ser humano tiene una gran dificultad para prevenir, por más que tengamos muchísimas señales frente a nosotros, un posible escenario con consecuencias devastadoras. Pensemos en la cantidad de pacientes a los que se les detectan factores de riesgo para enfermedades y que se les informa que esto les puede acortar la vida. Aun así, cada uno de nosotros como pacientes vemos difícil invertir tiempo y recursos en tratar de revertir la situación y terminamos con una baja adherencia a los tratamientos y cuidados. ¿Por qué? Ocurre que hay un pensamiento que subyace: "¿y si invierto todo esto y no me toca? ¿Cómo voy a correr ese riesgo?". Se trata de un gran paradigma que suele entrar en conflicto con nuestros principios de eficiencia: si invertimos en algo que finalmente no sucede, no fue inversión sino gasto, y por ende, no fue eficiente.
Si hay una lección que nos va a dejar esta pandemia de Covid-19 es justamente desafiar constantemente nuestra forma de pensar y considerar el sentido de eficiencia y el peso de las medidas de prevención.
En las organizaciones la situación no es diferente. Escuché de primera persona la cantidad de razones por las que no era necesario preparar a todos los puestos de distintas compañías para el trabajo remoto. La mayoría de ellas relacionadas con costos de inversión en notebooks y el miedo a que las personas "no trabajen". Lo curioso es que a fines del año pasado la crisis social en Chile impidió que muchos trabajadores en la ciudad de Santiago pudieran viajar hacia sus trabajos, y tuvieran que trabajar en forma remota. Este hecho ya había dado un principio de alarma a muchas organizaciones sobre la amenaza de cualquier fuerza que impidiera a sus trabajadores continuar tareas presencialmente. Hoy nadie puede decir que la pandemia del Covid-19 no afectó su forma de trabajar y que no tuvo que hacer algún ajuste para que al menos un colaborador esté trabajando en forma remota. También es cierto que quienes tuvieron la capacidad de hacer un plan de contingencia, invirtiendo en algo que parecía imposible, lo han vivido con más naturalidad. Pero el funcionamiento de nuestro sistema nervioso, en ese sentido, también puede filtrarnos oportunidades, no sólo consecuencias negativas. En términos de innovación, esto es la muerte más lenta que no vemos en el día a día.
Si hay una lección que nos va a dejar esta pandemia de Covid-19 es justamente desafiar constantemente nuestra forma de pensar y considerar el sentido de eficiencia y el peso de las medidas de prevención. Porque ya nos demostró la historia, una y otra vez, que somos humanos, que nuestros análisis de probabilidades están sesgados y fallan, y que nuestros sistemas nerviosos no tienen la capacidad de analizar todas las variables y la ambigüedad que conlleva un mundo con la incertidumbre y complejidad actual como para confiar en nuestras decisiones.
En estos contextos donde tenemos que aprender a gestionar bajo grandes incertidumbres, no van a existir dueños de la verdad. Por eso es el momento, hoy más que nunca, de ejercitar la verdadera escucha y de incorporar la diversidad de miradas como reales ventajas para salir adelante. Al final, es juntos y colaborando que se logran vencer las crisis.