La grave situación que esta epidemia ha provocado en el mundo requiere de decisiones fuertes, oportunas y efectivas para que las sociedades puedan no solo resistirla sino aprender y tener resiliencia. Sin embargo, no todos los países tienen la misma capacidad de tomar decisiones correctas, ya que estas dependen del nivel del desafío que se enfrenta y a su vez de la capacidad de aceptación de las mismas. 

El caso ecuatoriano

En Ecuador, por ejemplo, el desafío desde el punto de vista económico es sustancialmente mayor por ser una economía sin ahorros, sin reservas, sin moneda propia, y que, además, ya venía con una recesión por un problema fiscal severo que la pandemia terminó por hacer inviable dada la afectación en los precios del petróleo, principal producto exportador generador de divisas al gobierno, y la caída en la recaudación de impuestos por la abrupta caída en el nivel de actividad, que en marzo se reportó en -6%, y seguramente en abril será mayor, esperando que a nivel del año el PIB caiga a niveles de -8% o incluso algo más.

La forma de ajuste elegida por el gobierno ha sido principalmente la ayuda externa a través de préstamos masivos de bancos multilaterales y la renegociación de pagos de otros acreedores, lo que ha sido lento y tortuoso por los atrasos en reformas estructurales y el alto riesgo país.  Mientras tanto, el sector privado, en su mayoría lucha por sobrevivir una paralización casi total de dos meses, sin capacidad de mantener empleos ni de sostener sus compromisos de pagos o pagar más impuestos.

Reactivación ordenada

La reactivación, aunque lenta, ha sido exigida en todos lados para recuperar la generación de ingresos, pero no está inmune de riesgos si se hace mal o desordenada. Por eso es necesario unir a todos los actores relevantes a tomar decisiones en conjunto para organizarnos y lograr un sentido de unidad, coordinar una recuperación viable que priorice el empleo, el cumplimiento e protocolos en la parte sanitaria y plantar las bases para un modelo de desarrollo que permita ser más sostenible y justo.

El eslabón perdido

El consenso se ve como la mejor forma de tomar decisiones en temas difíciles e importantes pero a su vez es la más compleja de lograrse cuando hay poco tiempo y bajos niveles de confianza y se requiere que todas las personas que intervienen asuman la decisión final como si fuese la suya propia y están dispuestas a apoyar aunque no estén totalmente de acuerdo.

Las declaraciones, manifiestos, entrevistas y las columnas de opinión están llenas de propuestas de qué hacer, pero poco o nada se escucha sobre cómo implementarlas para que se conviertan en decisiones y acciones concretas. El problema fundamental en muchos países es que estas propuestas vienen desde la perspectiva individual o sectorial basada en sus propias necesidades e intereses, sin necesariamente entender o escuchar a los otros sectores, ni ofrecer algo a cambio. Así se produce el entrampamiento, o las trincheras, que tratan de probar quién tiene más fuerza o quién es más débil.

Salir de esto no es fácil para nadie, sin importar que sea un país desarrollado o en vías de desarrollo o lejos del mismo. Requiere reconocer con pragmatismo y humildad los niveles de credibilidad, y aplicar los procesos necesarios con respeto para construir en conjunto, a través de un diálogo creativo y bien dirigido que encuentre empatía, escucha activa, inclusión plena de involucrados, y capacidad de crear opciones mejoradas o nuevas que permitan proteger la dignidad de los líderes ante sus representados y al mismo tiempo satisfacer las necesidades de interés común.

¿Quién debe tomar el liderazgo?

Para muchos, esta iniciativa debe venir del gobierno, mientras que otros pensamos que sería más efectivo si viene de la sociedad civil, por sus niveles de credibilidad en la opinión pública, y pueden convocar con éxito a los principales líderes de diversos sectores, grupos relevantes y observadores a un proceso técnicamente sólido, bien facilitado, y sobre todo bien intencionado. De esta forma se facilitaría un consenso posible, se acercaría la posibilidad de sembrar el embrión para renacer como región, país, con mejores líderes, y de una vez por todas con un nuevo pacto.

Conclusión

Si una nueva normalidad se estaba ya gestando por los cambios tecnológicos y culturales, esta ha sido modificada mucho por la experiencia dolorosa de la pandemia, que será histórica y determinante para crear nuevas capacidades sociales y culturales como el diálogo, la confianza y el consenso, que apoyen a las sociedades a ser exitosas y prósperas en el mundo que nos espera.