Tras semanas de incertidumbre, el presidente electo Pedro Castillo, en circunstancias completamente insólitas, finalmente dio a conocer los integrantes del Consejo de Ministros.

En vez de tomar juramento al gabinete ministerial el 28 de julio, esta se realizó el 29 de julio, en dos ceremonias distintas. En la mañana del 29, se tomó juramento al presidente del Consejo de Ministros, Guido Bellido. En la noche –tras más de dos horas de retraso de la hora indicada– juraron 16 de los ministros, faltando los titulares del Ministerio de Economía y Finanzas, y el Ministerio de Justicia. Para agregarle un poco de comicidad a la situación, durante las horas de espera previas a la ceremonia se vio salir – o más bien huir, podría decirse – del Teatro Nacional a Pedro Francke y Aníbal Torres, los posibles portadores de cartera. Ellos juramentaron posteriormente en una ceremonia realizada de improviso en la noche del viernes 30.

Un detalle crucial es el hecho que nadie esperaba ni por asomo que Bellido presidiera el Consejo de Ministros. Se voceaban personajes como Roger Najar, o Dina Boluarte, quienes de por sí ya generaban bastante rechazo tanto por parte de la ciudadanía, como por múltiples parlamentarios. No obstante, las bancadas podían haber calculado con mayor premisa qué acciones tomar en caso uno de ellos fuera designado premier, lo cual claramente no se ha podido hacer con Bellido.

Guido Bellido actualmente está siendo investigado por apología al terrorismo. Además, se ha previamente proclamado en defensa de la dictadura cubana, y se oponía a que Julio Velarde permanezca en el Banco Central de Reserva, dando un pronóstico trágico para la economía peruana. Adicionalmente, la gran mayoría de los ministros carece de experiencia en el sector público, y presentan perfiles casi tan desesperanzadores como el de nuestro premier.

Sin dudas, los motivos para negar la cuestión de confianza al gabinete presentado, sobran. Sin embargo, el Congreso se encuentra en una posición tan riesgosa que tomar esta decisión aparentemente inevitable, podría no ser la movida más conveniente. De negarse la confianza, el Parlamento se expone a un eventual cierre. Si se presentara un segundo gabinete con las mismas falencias, el presidente estaría en potestad de ordenar la disolución del Congreso, lo cual nos dejaría sin garante democrático alguno. Sinceramente, el Consejo presentado arriesga de forma tan evidente la gobernabilidad y cualquier posibilidad de cooperación, que pareciera haber sido designado precisamente con el objetivo de justificar la eventual disolución. Retornar a la narrativa del “Congreso golpista” es un primer paso en esta dirección.

Por otro lado, el legislativo podría optar por presentar una moción de vacancia. Argumentar que haber designado como premier a un filo-terrorista demuestra incapacidad moral definitivamente no carecería de fundamentos. El problema de esta opción, en primer lugar, sería obtener los votos necesarios, lo cual parece irrealizable hasta el momento. Si hipotéticamente se diera el caso, asumiría como presidenta de la República la vicepresidenta Dina Boluarte. Esto de todos modos nos regresaría al escenario inicial, enfrentando la posibilidad de un eventual cierre del Congreso, y en caso se repitiera el escenario actual, la aprobación de una segunda vacancia es muy improbable. Además, la reacción social que ocasionaría una vacancia presidencial es una situación que dudo alguien quiera siquiera imaginar.

Finalmente, nos queda una última y no menos complicada opción: otorgar la cuestión de confianza. De ser así, el Congreso mantiene cierta posibilidad de sobrevivir, mas nos entregamos a lo que promete ser una gestión terrible. Sería necesario ejercer presión por parte del legislativo para conseguir la renuncia o remoción de múltiples miembros del Consejo, comenzando por el premier mismo –lo cual, como podemos ver, es una tarea sumamente díficil–. Adicionalmente, podría quizás proceder alguna interpelación y posterior moción de censura, dando cierto aval a la remoción de integrantes del gabiente Bellido.

De ninguna manera voy a intentar concluir determinando cuál sería la opción correcta, y por más que quisiera cerrar afirmando que contamos con, aunque sea, una opción positiva, ese no parece ser el caso. Evidentemente, con cada decisión, vienen complicaciones y retos inevitables que los parlamentarios van a deber evaluar con el mayor detenimiento posible. Tranquilidad, cabeza fría, y un acercamiento tanto estratégico como cooperativo es lo único que permitirá realizar las jugadas adecuadas para hacer frente al díficil escenario que hoy enfrenta el Perú. Espero, sinceramente, que así sea.