Presumo que oyó el adagio según el cual la primera víctima de toda guerra es la verdad. Que sea relativamente fácil mentir en guerra es una de las razones por las cuales el estudio de la política internacional es diferente al estudio de la política o de la economía nacionales. Esa diferencia se explica por el hecho de que, en el ámbito nacional, suele existir un Estado premunido del monopolio del uso legítimo de la violencia. Esa condición permite al Estado nacional establecer reglas de juego y hacerlas cumplir de manera relativamente eficaz (apelando a la coerción, en caso de ser necesario): no existe una autoridad con el monopolio del uso legítimo de la violencia en el sistema político internacional. Los tribunales internacionales, por ejemplo, apelan para el cumplimiento de sus decisiones a las fuerzas policiales y los sistemas penitenciarios de los Estados nacionales (y estos en ocasiones se niegan a colaborar con esos tribunales).

Lo que eso implica es que si, por ejemplo, una empresa cotiza en bolsa proveyendo información falsa sobre su gobierno corporativo o su contabilidad, sus directivos pueden ser sancionados penalmente. Es decir, mentir puede implicar un costo oneroso. En el sistema político internacional la mentira no solo puede quedar impune, sino que incluso puede ser útil para prevalecer en un conflicto de intereses. Al momento de escribir estas líneas, por ejemplo, Rusia, de un lado, y Ucrania junto con sus aliados de la OTAN, del otro, intentan persuadirse mutuamente de que tienen una alta probabilidad de prevalecer en una guerra de desgaste que podría prolongarse indefinidamente: en tanto logren persuadir a la otra parte de ello (al margen de si es verdad), podrían obtener un mejor resultado en eventuales negociaciones para poner fin a la guerra (a lo sumo un tercio de las guerras culminan con la incuestionable victoria militar de una de las partes, la gran mayoría terminan a través de algún tipo de negociación).

Por ejemplo, el 8 de julio de 2022, poco antes de cumplirse cinco meses del inicio de la guerra, Putin dijo que “oímos con frecuencia que Occidente quiere que peleemos hasta el último ucraniano. Es una tragedia para el pueblo ucraniano, aunque parece que las cosas van en esa dirección. Pero todos deberían saber que, en sentido estricto, aún ni siquiera hemos comenzado en serio. Al mismo tiempo, no nos rehusamos a mantener conversaciones de paz, pero aquellos que se rehúsan deben saber que, mientras más dure (la guerra), más difícil les será llegar a un acuerdo”.

Queda claro pues aquello de lo que Putin buscaba persuadir a sus rivales. De un lado, tengo capacidades muy superiores a las que he desplegado hasta ahora en combate. De otro, mientras más se prolonguen los combates, más dispuesto estaré a hacer uso pleno de esas capacidades (incluyendo nuestro arsenal nuclear). Redunda por tanto en el interés de nuestros interlocutores llegar más temprano que tarde a un acuerdo que ponga fin a la guerra en términos favorables a Rusia.

¿Por qué mentir puede resultar beneficioso bajo esas circunstancias? Porque el rival no sabe con certeza cuál es el costo que su contraparte esta dispuesto a asumir, pues se trata de información privada: es decir, es información que la otra parte no conoce. Al igual que en el póker, dado que el otro jugador no conoce nuestras cartas, uno tiene incentivos para apelar al bluff. Es decir, tiene incentivos para mentir con el fin de ganar la partida. Pero precisamente por eso las bravatas, tanto en la guerra como en el póker, merecen ser tomadas con escepticismo. En ambos escenarios, la forma de obtener la información necesaria para conocer el desenlace de la partida es aceptando la apuesta (en el caso del póker), o continuando con los combates (en el caso de la guerra).