El horizonte económico que los ministros de Hacienda y los gobernadores de bancos centrales del Grupo de los Veinte países industrializados y de mercados emergentes (G-20) enfrentarán esta semana en sus reuniones en Riad es incierto.
Tras el decepcionante crecimiento en 2019, comenzamos a ver indicios de que la economía mundial se está estabilizando y los riesgos se están reduciendo, incluida la Fase 1 del acuerdo comercial entre Estados Unidos y China. En enero, el FMI proyectó que el crecimiento económico se fortalecerá, de 2,9% en 2019, a 3,3% en 2020 y 3,4% en 2021. Este aumento que se prevé del crecimiento está sujeto a la mejora del desempeño en algunas economías de mercados emergentes y en desarrollo.
Las políticas monetarias y fiscales también han estado desempeñando su papel. De hecho, el año pasado la aplicación de una política monetaria más expansiva agregó aproximadamente 0,5 puntos porcentuales al crecimiento mundial. Cuarenta y nueve bancos centrales recortaron 71 veces sus tasas de interés como parte de la iniciativa de flexibilización monetaria más sincronizada desde la crisis financiera mundial.
Pero la economía mundial dista mucho de hallarse en tierra firme. Si bien algunas incertidumbres se han disipado, han surgido algunas nuevas. La verdad es que la incertidumbre se está convirtiendo en la “nueva normalidad”.
Espero que durante las reuniones esta semana en Arabia Saudita, los ministros y gobernadores del G-20 tengan presente la sabiduría de Ibn Khaldun. Trabajando juntos podemos adoptar las medidas necesarias para reducir la incertidumbre y reforzar los cimientos de la economía mundial.
El coronavirus es nuestra incertidumbre más apremiante: una emergencia sanitaria internacional que no habíamos previsto en enero. Es un recordatorio sombrío de la forma en que acontecimientos imprevistos pueden poner en peligro una reactivación frágil. Los escenarios hipotéticos, que dependen de la velocidad con que se pueda contener la propagación del virus, son varios. Si las perturbaciones provocadas por el virus se disipan rápidamente, prevemos que la economía china repunte pronto. El resultado sería una caída acusada del crecimiento del PIB en China en el primer trimestre de 2020, pero solo una leve reducción para el conjunto del año. Los efectos de contagio en otros países seguirán siendo de alcance relativamente reducido y de corta duración, principalmente a través de trastornos temporales de la cadena de suministro, el turismo y las restricciones a los viajes.
No obstante, un brote más grave y de larga duración se traducirá en una desaceleración más acusada y prolongada del crecimiento en China. Su impacto mundial se verá amplificado por trastornos más sustanciales de la cadena de suministro y por una caída más persistente de la confianza de los inversionistas, especialmente si la epidemia se extiende más allá de China.
Sin embargo, incluso en los escenarios más positivos, se proyecta que la tasa mundial de crecimiento seguirá siendo reducida en demasiadas regiones del mundo. Y a mediano plazo, se prevé que crecimiento económico se mantenga por debajo de los promedios históricos. En este contexto, si bien algunas incertidumbres, como las enfermedades, están fuera de nuestro control, no deberíamos crear nuevas incertidumbres donde podemos evitarlo.
Creo que hay tres ámbitos en los que los ministros de Hacienda y los gobernadores de bancos centrales pueden avanzar al brindar más certeza a las medidas futuras durante las reuniones del G-20 en Arabia Saudita: el comercio, el clima y la desigualdad.
Construir un mejor sistema comercial mundial
La Fase 1 del acuerdo comercial entre Estados Unidos China eliminó algunas de las consecuencias negativas inmediatas para el crecimiento económico mundial. Nuestras estimaciones indican que en 2020 el acuerdo reducirá el lastre de las tensiones comerciales sobre el nivel del PIB en 0,2%, cifra equivalente a la cuarta parte del impacto total.
¿Por qué no una reducción mayor? El acuerdo incluye solo una pequeña proporción de los aranceles impuestos recientemente y dispone aumentos mínimos de las importaciones chinas procedentes de Estados Unidos. Estos tipos de acuerdos comerciales bilaterales dirigidos podrían distorsionar el comercio y la inversión y, paralelamente, perjudicar el crecimiento mundial. De hecho, según nuestras estimaciones, las disposiciones de comercio dirigido imponen un costo de casi USD 100.000 millones sobre la economía mundial.
Asimismo, hay preocupaciones más amplias. El acuerdo no aborda muchos de los temas subyacentes entre China y Estados Unidos. Además, el mundo necesita un sistema comercial mundial moderno, capaz de liberar el pleno potencial de los servicios y el comercio electrónico y, al mismo tiempo, proteger los derechos de propiedad intelectual.
Y abordar el comercio exterior es solo un comienzo. La economía mundial seguirá enfrentándose a shocks de gran alcance si no logramos hacer frente a otro reto global urgente: el cambio climático.
Encarar nuestra crisis climática
El costo humano del cambio climático nos confronta todos los días. Recordemos los recientes incendios en Australia. Los costos económicos también nos confrontan. Permítanme un solo ejemplo: los daños del huracán María ascendieron a más del 200% del PIB de Dominica y a más del 60% del PIB de Puerto Rico.
Según estimaciones del personal técnico del FMI divulgadas hoy, una catástrofe natural típica relacionada con el clima reduce el crecimiento del país afectado 0,4 puntos porcentuales, en promedio, en el año en que ocurre.
Asimismo, este tipo de eventos se está volviendo cada vez más frecuente, sobre todo en los países más pobres y en aquellos con menos capacidad para hacer frente a su impacto.
¿Qué medidas pueden adoptar las autoridades económicas? Mitigación y adaptación.
Según proyecciones de un estudio reciente del personal del FMI , la demanda global de petróleo alcanzará su máximo nivel en las próximas décadas. Por ese motivo, el Consejo de Cooperación del Golfo, y todos los integrantes del G-20, tienen razón en prestar mayor atención en encontrar el camino hacia la diversificación. Las inversiones en energía limpia e infraestructura resiliente pueden reportar lo que denomino un dividendo triple: reducen las pérdidas futuras, generan avances de innovación y crean nuevas oportunidades para los más necesitados.
Los ingresos adicionales que generen los impuestos al carbono, por ejemplo, podrían destinarse a reducir otros gravámenes, financiar la asistencia a hogares afectados o sufragar gastos que pueden contribuir a cerrar algunas de las brechas en nuestras sociedades. Para los países y las comunidades que corren mayor riesgo de desastres climáticos, invertir en adaptación es a la vez urgente y eficaz en función de los costos. Los análisis de la Comisión Mundial de Adaptación apuntan a que los beneficios de estas inversiones podrían contrarrestar con creces su costo.
Esto nos lleva al tercer y último ámbito en que el G-20 debe centrar la atención: reducir la desigualdad.
Reducir la desigualdad
En muchos de los países de la OCDE y el G-20, las desigualdades de ingreso y riqueza siguen siendo persistentemente pronunciadas. Se observa una significativa brecha de oportunidades en los ámbitos del género, la edad y la geografía. Sabemos que estas brechas pueden transformarse rápidamente en divisiones que fomentan la incertidumbre acerca del futuro, la desconfianza en los gobiernos y, en última instancia, contribuyen al descontento social. Esta semana, los ministros pueden volver a centrar la atención en elevar los niveles de vida y crear empleos mejor remunerados.
En apoyo al G-20, el FMI, en colaboración con el Banco Mundial, está identificando ámbitos clave en que podría ampliarse el acceso a oportunidades. En particular, invertir en una educación de alta calidad, I+D y digitalización. Este es el momento. El entorno actual de bajas tasas de interés significa que algunos responsables de la formulación de la política económica cuentan quizá con recursos adicionales que gastar. Evidentemente, ese consejo no funcionará en todas partes. En muchos países, la deuda pública alcanza niveles casi sin precedentes. Por lo tanto, en países en que la relación entre la deuda y el PIB es elevada, sigue justificándose la moderación fiscal.
No obstante, de ser necesario reducir déficit, siempre se debe proceder protegiendo el gasto social esencial. De esa forma, los países pueden ampliar el acceso a las oportunidades para todos y sentar bases más sólidas en sus economías.
Conclusión
En el siglo XIV, el pensador e historiador árabe Ibn Khaldun escribió sobre el concepto de la fuerza en la solidaridad y el poder del propósito común. Describió el vínculo entre las personas que puede formar una comunidad. Espero que durante las reuniones esta semana en Arabia Saudita, los ministros y gobernadores del G-20 tengan presente la sabiduría de Ibn Khaldun. Trabajando juntos podemos adoptar las medidas necesarias para reducir la incertidumbre y reforzar los cimientos de la economía mundial.