Gastón Acurio se levanta los domingos por la mañana para ir al mercado de Surquillo a comprar el pescado más fresco. De vuelta en su casa seguramente toma lo que encuentre en su nevera y un rato más tarde tiene listo un sudado de cabrilla espectacular o un ceviche de lenguado de chuparse los dedos. Pero para todos los demás que no somos Gastón Acurio es más probable que nuestro domingo en la mañana empiece abriendo un libro de recetas, entusiasmándonos con la foto de un plato sofisticado e inmediatamente empezando a saborear el resultado en nuestras mentes. De ahí comenzamos a cocinar y, con el horno ya prendido, nos damos cuenta que nos falta un ingrediente clave. Si todavía hay tiempo, salimos corriendo a comprarlo, pero seguramente las tiendas estén lejos o ya cerradas y nos decidamos a usar algún sustituto que nos parezca razonable. Resultado: la comida no se parece en nada a la de la foto y desde luego está lejos de lo que saboreaste instantes antes en tu mente. Nada reemplaza a ese ingrediente faltante.

Con las políticas públicas muchas veces nos pasa igual, nos entusiasmamos con los resultados que buscamos obtener, pero no siempre tenemos todos los insumos para lograrlos. A veces por falta de fondos, otras porque el contexto no lo permite, pero en numerosos casos, por no entender bien la receta. Y algo semejante parece estar pasando en América Latina y el Caribe (ALC) con las políticas de innovación. Las empresas de la región innovan mucho menos que sus pares en las economías avanzadas -en 2011 la inversión privada en I+D como porcentaje del PIB en América Latina y el Caribe alcanzaba 0.33% frente al 1,56% de los países de la OCDE. Esta falta de innovación las lleva a utilizar tecnologías obsoletas y a operar con niveles de productividad mucho más bajos que sus competidores, lo cual se traduce en menores tasas de crecimiento, menor acceso a los mercados más rentables, bajos niveles de salario promedio y estrategias comerciales defensivas.

Ciertamente, los créditos fiscales y los subsidios típicamente vía matching grants, han permitido llegar a un número importante de empresas que cuentan con las capacidades para innovar una vez que se levantan las restricciones al financiamiento, sin embargo, ambos instrumentos muestran limitaciones para conseguir que nuevas empresas se unan al club de las innovadoras.

Lógicamente, este estado de situación en la región preocupa, y mucho, a los responsables de políticas públicas. Perciben que en las economías avanzadas, las empresas son más innovadoras porque enfrentan un conjunto de incentivos de mercado y políticas de apoyo (los ingredientes) que las empuja hacia la innovación y que además les provee los elementos para hacerlo con éxito. Y es por esto que en todos los países de ALC, el sector público utiliza un conjunto de ingredientes para “cocinar” mayores niveles de innovación. Como parte de un nuevo libro del BID, "La política de innovación en América Latina y el Caribe: Nuevos Caminos" que será publicado próximamente, se incluyen los resultados de un studio que muestra que hay un ingrediente clave en el mix de políticas de países avanzados que prácticamente no forma parte de los ingredientes que usamos en nuestras políticas de innovación en ALC: los servicios de extensión tecnológica (SET).

Los servicios de extensión tecnológica no están orientados a generar nuevo conocimiento en las empresas sino a buscar que las empresas aprovechen mejor el conocimiento que ya existe en el mercado con el objetivo de lograr su modernización tecnológica y mejoras sostenidas de productividad. En los países avanzados existen numerosos programas para impulsar el desarrollo de los SET que, con formatos y prácticas diferentes, han demostrado su impacto positivo en resolver problemas tecnológicos de las empresas, en mejorar la eficiencia en los procesos, el cumplimiento de estándares de calidad y ambientales y, sobre todo, en actuar como una puerta de entrada a la innovación para muchas empresas. Lo cierto es que muchas de las empresas que comienzan a cambiar su comportamiento como resultado de la aplicación de los SET, poco a poco se van uniendo al pelotón de firmas que adoptan la innovación permanente como herramienta competitiva. En el estudio mencionado relevamos en profundidad las experiencias de programas como el Manufacturing Extension Program (MEP) de Estados Unidos, el Industrial Research Assistance Program (IRAP) de Canadá, ambos con una larga trayectoria en la promoción de servicios de extensión tecnológica con población objetivo y enfoques de intervención diferenciados, así como las experiencias desde centros tecnológicos como Tecnalia, en el País Vasco, más ligado a la prestación de servicios tecnológicos complementarios a los SET.

¿Y qué sucede en la región? La estructura empresarial en América Latina y el Caribe presenta una gran heterogeneidad en términos de productividad: un conjunto reducido de firmas está cerca de la frontera tecnológica internacional, operando con altos niveles de productividad, y luego un enorme grupo de firmas, mayormente micro y pequeñas, están muy atrasadas y demuestran bajas capacidades para innovar. Lo que es más, las brechas de productividad entre las empresas de menor y mayor tamaño en ALC son incluso mayores que en países avanzados. Por ejemplo, la productividad de las pequeñas empresas argentinas o chilenas equivale a menos de un cuarto de la productividad de las grandes comparado con un 40% en el caso estadounidense o dos tercios en el caso de Reino Unido. En un contexto así, los SET que buscan acelerar la difusión del conocimiento tecnológico y mejorar las capacidades empresariales, podrían tener un gran impacto en acercar a ese enorme número de pequeñas firmas al pool de conocimientos y buena prácticas disponibles, y así lograr aumentos de  productividad que en conjunto “muevan la aguja” de la productividad agregada de nuestras economías.

Sin embargo, hay pocas experiencias de promoción de SET en la región. Lo que encontramos en nuestro análisis del mix de políticas de innovación en ALC es que nuestras recetas enfatizan los ingredientes más sofisticados para promover la innovación en detrimento de los ingredientes relacionados con extensión. Ciertamente, los créditos fiscales y los subsidios típicamente vía matching grants, han permitido llegar a un número importante de empresas que cuentan con las capacidades para innovar una vez que se levantan las restricciones al financiamiento, sin embargo, ambos instrumentos muestran limitaciones para conseguir que nuevas empresas se unan al club de las innovadoras. Del otro lado, los servicios de extensión tecnológica en la región se han difundido principalmente en el sector agropecuario, donde en varios países llevan décadas difundiendo con éxito nuevas prácticas agrícolas entre los productores más pequeños. Pero en los sectores manufactureros y de servicios existen muy pocos programas con esta orientación, y solo Brasil tiene un conjunto de instrumentos semejantes a los que ofrecen programas como los del Manufacturing Extension Program o Industrial Research Assistance Program.

Si queremos enfrentar el reto de llevar a un mayor número de empresas a innovar, parece importante que los responsables de las políticas de innovación de nuestra región tomen en consideración los servicios de extensión tecnológica como ese ingrediente esencial tradicionalmente olvidado en sus recetas. Parafraseando al experto peruano Francisco Sagasti que relaciona la innovación con el ceviche, nosotros podríamos decir que la innovación sin extensión es como un ceviche sin limón.

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Puntos sobre la I, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y fue escrita en conjunto con Gabriel Casaburi, Master en Ciencias Sociales de Flasco, así como Master en Relaciones Internacionales y Doctorado en Economía Política, ambos en la Universidad de Yale. Actualmente es Especialista Líder del Sector Privado en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en la División de Competitividad, Tecnología e Innovación.