Los países se aíslan de varias maneras; una de ellas es la ciega pendencia de sus dirigentes, lo que, ciertamente, no rinde frutos. Es más, si esa actitud agresiva y caprichosa proviene de un país pequeño, poco desarrollado e invertebrado, son mayores los riesgos de quedar fuera de los procesos de concertación política y económica. Es más: desafiar las reglas internacionales, inevitablemente conduce al enfrentamiento político con indeseables consecuencias.

Esto sucede con Corea del Norte que, desafiante, su gobierno está empeñado en desarrollar misiles de largo alcance que podrían alcanzar Japón y, eventualmente, el territorio continental de Estados Unidos, además de seguir con su objetado programa nuclear que pondría en peligro la paz. El resultado: un país aislado y empobrecido que se debate entre el hambre y la opresión por una casta autoritaria. Esto también sucedió con Saddam Hussein y Muammar Gadafi.

Imitar estos insanos desafíos, como lo hace el Irán de los ayatolas con su programa nuclear, provoca las sanciones de los países que, con razón, temen que este emprendimiento ponga en mayor peligro, en este caso, una región en permanente tensión: el Medio Oriente. Así se van creando nuevos enemigos.

Pero no solamente se trata de la terca persistencia en políticas inaceptables para la armonía internacional, sino que esos regímenes, para justificar su índole autoritaria, no pierden oportunidad para ofender a países y gobernantes y unirse en alianzas agresivas. En América Latina, por ejemplo, es el distintivo de la política exterior del gobierno “bolivariano” del presidente venezolano Hugo Chávez, al que siguen sus aliados.

Todo indica que la nueva Alianza del Pacífico, orientada a lograr una mayor integración de sus economías nacionales y suscribir tratados de libre comercio -por ejemplo con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático-, no ha incluido a socios potencialmente molestos.

Aunque algunos países no reaccionan visiblemente ante la provocación y la bravata, pues aparentemente no les afecta el mero insulto o la falsa denuncia, es evidente que se agudizan las enemistades y crece la desconfianza de quienes son agredidos. Lo curioso es que algunas veces esa política de enfrentamiento se dirige contra los que, hasta ayer, fueron amigos y que pasaron por alto las torpezas diplomáticas del agresor verbal. Pero todo tiene límites y, cuando se los sobrepasa, se desatan represalias, muchas poco visibles, pero igualmente preocupantes.

En Bolivia, el régimen parece estar convencido de que sus actitudes agresivas quedarán sin consecuencias. Pero no es así. El ejemplo más evidente fue la suspensión a Bolivia de las preferencias aduaneras (ATPDEA) que concede Estados Unidos en favor de varios países, como incentivo para la lucha contra el narcotráfico. No hay duda de que la persistente diatriba populista pesó cuando Washington decidió dicha exclusión.

Las relaciones del gobierno de Evo Morales con el gobierno estadounidense están en su más bajo nivel histórico, y se agrava cada vez más con declaraciones ofensivas. Este es el estilo del neopopulismo, de enfrentamiento constante,  adoptado por Hugo Chávez y sus aliados contra “el imperio”: Estados Unidos.

Por supuesto que no ha pasado la moda de agredir verbalmente a Estados Unidos. Washington, por lo visto, resta importancia a las balandronadas mientras no se ponga en peligro su seguridad. Pero esto no es así con nuestros vecinos ofendidos. Los latinoamericanos somos más sensibles y reaccionamos con mayor vehemencia ante la agresión verbal aleve. Y ya se siente que esa estrategia interna del régimen imperante en Bolivia de mantener tensiones permanentes en el ámbito internacional, resulta peligrosa o, cuando menos, perjudicial.

A muchos no les interesa tener socios que ahuyentan la posibilidad de llegar a acuerdos. Todo indica que la nueva Alianza del Pacífico, orientada a lograr una mayor integración de sus economías nacionales y suscribir tratados de libre comercio -por ejemplo con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático-, no ha incluido a socios potencialmente molestos. Sólo la integran México, Colombia, Chile, México y Perú, y se ha abierto la posibilidad de que se adhieran Costa  Rica y Panamá. Los excluidos -o auto excluidos- son Ecuador y Bolivia, miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), cuyos dirigentes persisten en la agresión contra quienes no comparten el modelo neopopulista liderado por el chavismo venezolano.

Bolivia, pese a su actual situación mediterránea, es un país volcado hacia el Pacífico y, con esta exclusión, pierde las opciones de integración que abre esta nueva Alianza cuenta con 215 millones de consumidores -el mayor mercado de América Latina- con un producto interno bruto combinado de más de US$2.100 millones.

Como el régimen de los “plurinacionales” bolivianos persiste en ciegas actitudes ofensivas, ya se avizoran problemas con el Brasil, impensables en la época del complaciente Luiz Inácio “Lula” da Silva. Ahora, no sólo se trata de la preocupación del gobierno de la presidente Dilma Rousseff por el creciente ingreso de drogas ilegales -especialmente cocaína- a su territorio, procedente de Bolivia, sino también de las reacciones inamistosas en círculos del oficialismo boliviano por la concesión de asilo al senador opositor Roger Pinto, refugiado en la embajada brasileña en La Paz, que fue perseguido, usando la administración de justicia, ahora al servicio del régimen. Lamentablemente, ya hay un serio entredicho por las reticencias del gobierno boliviano a extender el salvoconducto para que el asilado salga del país, como lo estipula la Convención sobre Asilo de 1954.

Hay que añadir que todo se agravó con la imprudente acusación del vicepresidente de Bolivia a la diplomacia brasileña -una de las más respetadas del mundo- de haber cometido un desatino al aceptar el asilo del senador Pinto, y la afirmación  del Presidente Morales de que esta concesión de asilo “es un error (del Brasil) que sólo busca proteger a corruptos que escapan  de la justicia boliviana”.

Hay otras graves enemistades. Dos ciudadanos extranjeros, acusados de formar una célula terrorista -otros tres fueron abatidos en circunstancias aún no aclaradas- no gozan del debido proceso. Ya es larguísima la tramitación del juicio penal en su contra, y los detenidos permanecen como presos sin condena. Los países de origen de los presos y de los ejecutados por las fuerzas represoras –Hungría e Irlanda– han denunciado la violación de los derechos humanos de sus connacionales, y el parlamento húngaro ha pedido a la Unión Europea que imponga sanciones a Bolivia. Esto ya nos pone en la lista de las nuevas enemistades.     

Así, coleccionando enemigos, los bolivianos nos estamos apartando del mundo.