Hoy está de moda hablar de la desaceleración de China y los efectos negativos que esta podría tener sobre los mercados emergentes.
Para los ‘terrícolas’ que vivimos en Latinoamérica, las inversiones en estos mercados han sido sumamente exitosas en los últimos diez a quince años, por lo que obviamente es importante ver si el efecto China nos obligará a replantear bruscamente nuestra estrategia de inversión, o simplemente tendremos que adecuarla a un escenario donde nos encontraremos con una menor velocidad de crecimiento del país de mayor población en el mundo.
Nuestro análisis sugiere que más que ‘asustarse’, hay que saber mirar con mayor profundidad y ver las oportunidades que se están abriendo. Y para entender de donde pueden venir estas oportunidades, hay que poner al gigante asiático en su contexto histórico.
A finales de la década de los cuarenta, el gigante asiático era un jugador irrelevante en la economía mundial. Pese a tener una población que superaba los quinientos millones de habitantes, su ingreso bruto per cápita era menos de US$40, estaba lejos de los US$250 promedio del resto del mundo, y representaba la mitad del ingreso unitario de la India, el segundo país más poblado del mundo. Esta situación se mantuvo sin cambios hasta finales de los setenta, en el momento en que el gobierno de Deng Xiaoping terminó con la revolución cultural de Mao Zedong incorporando a su economía aspectos del capitalismo occidental.
Este fuerte crecimiento estuvo sustentado por una importante política de inversión estatal en infraestructura intensiva en materiales básicos, lo que favoreció fuertemente a Latinoamérica por ser un gran exportador de commodities.
Cuando en 1979 se introducen los cambios económicos, el país comenzó a despertar y ya en 1989 el producto interior bruto (PIB) chino superaba al de la India. Desde 1980 la economía china se destapó con tasas de crecimiento que superaban los dos dígitos, y llegó a una tasa máxima de 14,2% en 2007.
La consecuencia de este crecimiento exponencial es que en 2010 China llegó a superar a Japón como la segunda economía más grande del mundo por detrás de Estados Unidos. Según algunos estimadores, en 2012 el PIB de China habría llegado a los US$8,2 trillones y el de Estados Unidos a los US$15,7 trillones.
Este fuerte crecimiento estuvo sustentado por una importante política de inversión estatal en infraestructura intensiva en materiales básicos, lo que favoreció fuertemente a Latinoamérica por ser un gran exportador de commodities. Las exportaciones de América Latina a China pasaron de US$4.000 millones al año en 2000 a más de US$70.000 millones en 2012. De igual forma, el despegue de China favoreció durante varias décadas a países desarrollados –entre los que destacan especialmente Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido– que tuvieron acceso a mano de obra abundante y barata para elaborar sus productos.
La desaceleración que experimenta la economía china hacia un crecimiento de 7% es algo sano e inevitable, pues tiene que pasar de ser una economía basada fundamentalmente en la inversión a una economía que aumente sustancialmente su consumo, donde se utilice lo construido y se gaste lo ahorrado.
Este menor crecimiento chino será una mala noticia para algunos países emergentes que dependen fuertemente de la locomotora china para vender sus productos básicos, pero no hay que dejarse llevar por el pánico generalizado que se ha apoderado en los mercados emergentes.
Así como el alza de la economía china no benefició de la misma forma a todos los países, una desaceleración tampoco los golpeará a todos de igual manera.
México es un buen ejemplo. Hay que saber distinguir las nuevas oportunidades que están apareciendo. Cuando se cierra una puerta se abre una ventana. Es un hecho que el mercado sobrerreacciona: la selectividad juega hoy más que nunca un rol fundamental. Los países y empresas que supieron cómo hacer las tareas pudieron ahorrar y hacer las reformas; en los tiempos de bonanza serán la nueva ventana que se abre, y es ahí donde habrá que poner el ojo para nuevas inversiones.