El papa Benedicto XVI tiene una biografía singular y su visita a México se da también en un momento especial.

Benedicto XVI, bautizado con el nombre de Joseph Ratzinger en 1927, nació en Marktl am Inn, diócesis de Passau, en Alemania, pero vivió con su familia en constante movimiento por el trabajo del padre como policía rural.

A los 12 años de edad entra en el seminario en Traunstein, en plenos años del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial. Cuatro años después, apenas con 16 años, Ratzinger ingresa -como todos los hombres de su clase- al escuadrón antiaéreo.

En esos años de guerra, Ratzinger formó parte de las Juventudes Hitlerianas, un ingreso que fue obligatorio, en donde el nacionalsocialismo buscaba reclutar a los jóvenes seminaristas para asegurarse de que no trabajaran en contra del proyecto de la Alemania Nazi. Ya casi al final de la Segunda Guerra Mundial, Ratzinger llega a ser prisionero de guerra por algunos meses. Terminado el conflicto, Joseph Ratzinger regresa al seminario y finalmente en 1951 es ordenado sacerdote a la edad de 24 años.

Sus mensajes -en un excelente español- han sido algo religiosos, pero, sobre todo, políticos. Pidió orar por México.

Sus primeros años fueron de estudiante y posteriormente de profesor en las materias de filosofía y teología. Fue hasta el año 1977 cuando es nombrado arzobispo de Münich y Freising, cuando comienza su ascenso en la escalera que lo lleva a ser el Papa número 265 de la Iglesia católica.

En ese momento optó por el nombre papal de Benedicto XVI por el santo Benito. Su papado estaba perfilado para ser uno de transición en un movimiento que me recuerda, en lo político, a lo que se pensaba sería una presidencia corta de Raúl Castro en Cuba.

Raúl Castro ha vivido más del poco tiempo que se esperaba que duraría su presidencia en Cuba y Ratzinger ha vivido más del poco tiempo que se esperaba durara su papado.

Siete años después viene en su primera visita a México como Papa. (Esta es la 6ª visita de Ratzinger a México).

Llega en un momento cargado de política. A poco más de tres meses de la elección presidencial, en una etapa sumamente difícil para México en materia de crisis de seguridad y con un Presidente católico cuyo partido no se perfila en el primer lugar en las preferencias electorales.

Además, lo hace llegando a un estado panista en la región quizás más católica del país, en el Bajío, envuelto por la sombra de su antecesor, el papa Juan Pablo II.

Sus mensajes -en un excelente español- han sido algo religiosos, pero, sobre todo, políticos. Desde el primer discurso habló de un país azotado por la violencia. Pidió orar por el México que sufre por la inseguridad. Ya después mencionó la esquizofrenia entre la moral individual y la moral pública.

La visita obligó al presidente Calderón a hacer malabarismos para respetar la separación Iglesia-Estado y la laicidad constitucional de nuestro país. Evitó besar el anillo del Papa al recibir a Joseph Ratzinger, pero recibió la comunión de manos del propio Papa en la misa dominical del Parque Bicentenario, al igual que su esposa Margarita Zavala.

Esto marcó la visita del Papa a México. Además de la omisión por reconocer que el Vaticano supo mucho más de lo que quiere admitir acerca de la pederastia de Marcial Maciel.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.