Concluía mi columna anterior sosteniendo que existen grandes diferencias dentro de la izquierda latinoamericana y ofrecí abundar en ellas en esta columna. Tal vez ninguna sea tan nítida como las diferencias que existen en torno al tema de la democracia representativa. Así, por ejemplo, Evo Morales sostenía en noviembre de 2021 que la farsa electoral a través de la cual Daniel Ortega se reeligió como presidente de Nicaragua fue una “demostración de coraje y madurez democrática”. Gabriel Boric, en cambio, sostuvo entonces que “Nicaragua necesita democracia, no elecciones fraudulentas ni persecución”. Podría argumentarse que ninguno de ellos era presidente cuando emitió esas opiniones, pero entonces el MAS de Evo Morales gobernaba Bolivia y la Cancillería de su país saludó la elección de Ortega, destacando la “participación y vocación democrática” que trasuntaba. Y, ya como presidente de Chile, Boric se refirió a las recientes elecciones municipales en Nicaragua en los siguientes términos: “Un proceso electoral que se realiza sin libertad, justicia electoral confiable y opositores presos o proscritos no es democracia en ninguna parte del mundo".

Lo mismo podría decirse de la invasión rusa de Ucrania. Así, mientras los gobiernos de Argentina y Chile la condenaron sin ambages, los gobiernos de Nicaragua y Venezuela respaldaron la decisión del gobierno ruso. A su vez en mayo pasado, cuando Lula ya era candidato a la presidencia del Brasil, expresó en una entrevista para la revista Time una opinión ambivalente frente a la invasión: “Putin no debió invadir Ucrania. Pero Putin no es el único culpable. También son culpables los Estados Unidos y la Unión Europea. ¿Cuál fue la razón para invadir Ucrania?, ¿la OTAN? Entonces Estados Unidos y la Unión Europea debieron decir: ‘Ucrania no será parte de la OTAN’”. 

En esa entrevista Lula también expresa su desacuerdo con la propuesta de Gustavo Petro de forjar una coalición de países que se comprometan a no otorgar nuevos permisos de exploración petrolífera: “Petro tiene derecho a proponer lo que quiera. Pero, en el caso de Brasil, eso no es realista … mientras no existan suficientes fuentes de energía alternativas, seguiremos usando las energías que tenemos”. De hecho, los temas del autoritarismo y las diferencias en torno al denominado “extractivismo” pueden dividir a la izquierda dentro de un mismo país. En Ecuador, por ejemplo, pese a que dos tercios de los ecuatorianos votaron por candidatos de izquierda en las elecciones presidenciales de 2021, Andrés Arauz (delfín de Rafael Correa), perdió la segunda vuelta electoral. Ello se explica en buena medida porque el candidato que ocupó el tercer lugar, Yaku Pérez, siendo de izquierda, se oponía al legado de Correa. De un lado, era crítico de sus abusos de poder (de los que fue víctima, al ser detenido cuando menos cuatro veces durante su gobierno). De otro, fue apresado durante el gobierno de Correa precisamente por oponerse a proyectos de inversión en minería y petróleo que consideraba lesivos por sus secuelas socio-ambientales. Debido a esas diferencias el partido por el que postuló Pérez (Pachakutik, vinculado a la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador), llamó al voto nulo en segunda vuelta. Es decir, se negó a respaldar a un candidato de izquierda, como Andrés Arauz, pese a que al frente tenía a un banquero conservador integrante del Opus Dei, como Guillermo Lasso. 

Tal vez las izquierdas latinoamericanas sigan teniendo temas de interés común, como la integración regional o su oposición a la destitución de presidentes por razones de dudosa validez constitucional (como las de Rousseff en 2016 o Evo Morales en 2019). Pero las circunstancias adversas (tanto en lo político como en lo económico) bajo las cuales acceden al gobierno las llevarían a concentrar su atención en los problemas internos de cada país, y sus diferencias pondrán algunos límites a su cooperación en temas de política exterior.