Entre Julián Assange y Rafael Correa fluye la química personal y se advierte una nítida aproximación de pareceres sobre varios temas, entre ellos, uno de traza global: la compleja, difícil, a ratos asimétrica y siempre inevitable relación poder político – medios privados de prensa.
Esta doble conexión entre ambos personajes se confirmó el pasado 23 de mayo, cuando el fundador de Wikileaks realizó su video-entrevista al presidente de Ecuador, en el contexto de su promocionado programa semanal “The World Tomorrow”. Aparte de su contenido, en muchos aspectos ni sorpresivo ni sorprendente, el peculiar y ágil juego de preguntas-respuestas entre Assange y Correa fue un ejercicio mediático internacional, desplegado a todo lo ancho de la banda, desde la plataforma digital del canal ruso RT (Russia Today), que seguramente cosechó clientela cuando ambos personajes se conectaron para hablar, reír y hacer una que otra broma.
Assange, el periodista australiano, hizo una nueva jugada mediática de cierto calado y cuya proyección geopolítica está en proceso: se declaró perseguido político en tierras británicas –algo que sacude la conciencia de una sociedad que siempre reivindica el respeto total al individuo y a su forma de pensar, desde los días del gran John Locke- y pidió asilo en la Embajada ecuatoriana de Londres. De esa forma se tomó las primeras planas de la prensa mundial. Y en lo terrenal, puso un pie fuera de la ingrata Inglaterra, a la espera de poder colocar el otro pie en los dominios políticos de Rafael Correa. El Presidente de Ecuador tendrá ahora que decidir entre abrirle las puertas del país a Assange o cerrarle el paso y dejar que sea extraditado de Inglaterra hacia EEUU, previa escala judicial en Suecia... pues hay que cuidar las apariencias.
De esa forma se tomó las primeras planas de la prensa mundial. Y en lo terrenal, puso un pie fuera de la ingrata Inglaterra, a la espera de poder colocar el otro pie en los dominios políticos de Rafael Correa.
Si nos atenemos a la rigurosidad de los conceptos expuestos y a la confluencia de intereses de Assange y Correa, la disyuntiva del mandatario ecuatoriano no sería darle o no asilo, sino cómo y cuándo hacerlo. “Es muy difícil imaginar que un amigo entregue a otro amigo a las garras del enemigo”. Así reflexiona un lector que tuvo la gentileza de escribirme para comentar al respecto.
No sé si este lector es afín al gobierno de la Revolución Ciudadana, quizá sí, pero tengo plena certeza, en cambio, de que Obama, la gente delicada del departamento de Estado y los rudos halcones del departamento de Defensa, no pensarán lo mismo que este lector. Y ahí está el problema. Si Assange aterriza en Ecuador como perseguido político (cosa que está por verse... siempre que Scotland Yard lo permita), es claro que las accidentadas relaciones Quito-Washington -como dijo alguna vez un diplomático ecuatoriano caído en desgracia- "irán por la pendiente del precipicio". Se abrirá una etapa impredecible en las relaciones Ecuador-EEUU y el camino no estará precisamente perfumado de rosas…
Otro antecedente abona en esa misma línea: en noviembre de 2010, el entonces vicecanciller Kintto Lucas ofreció la residencia ecuatoriana a Assange. Y aunque luego fue desautorizado por el presidente, nunca quedó del todo censurada esa posición de gobierno. Eso ocurría justamente cuando el australiano se enredaba en sus primeros entuertos judiciales, siempre por supuestos asuntos personales, mientras lo de fondo se iba complicando para él.
Vale decir, la mano ecuatoriana fue estirada a Assange, cuando Washington ya había colocado en el centro de su radar estratégico al necio fundador de Wikileaks, porque seguía filtrando y entregando al mundo información sensible y dura que encuera y avergüenza cada día al poder político estadounidense.