El 14 de Diciembre de 2012 se produjeron en el mundo dos ataques contra parvularios, uno en la provincia china de Henan, y el otro en la localidad estadounidense de Newtown. La razón por la que el segundo incidente suscitó una atención mediática de la que careció el primero es que en Henan no hubo víctimas mortales, mientras en los Estados Unidos murieron 27 personas, incluyendo 20 niños de entre seis y siete años. A su vez, la explicación fundamental de esa diferencia es que el fallido homicida de Henan blandía un arma blanca, mientras el asesino de Newtown portaba un arma automática con cargadores de más de diez proyectiles: es decir, el tipo de pertrechos que busca prohibir el gobierno de Obama.

Luego de mostrar el inusual tino de guardar silencio tras la masacre de Newtown, la Asociación Nacional del Rifle finalmente dio a conocer su propuesta para impedir hechos similares en el futuro: colocar guardias armados en las escuelas. En palabras de su vicepresidente, “lo único que puede detener a un hombre malo con un arma de fuego, es un hombre bueno con un arma de fuego” (sic). Pero si dotar a los buenos de armas fuese suficiente para evitar nuevas masacres, no habría como explicar que once de las 20 peores masacres a nivel mundial de los últimos 50 años se hayan producido en los Estados Unidos. Porque en ese país hay presumiblemente muchos más “buenos” que “malos”, pero sobre todo hay más armas en poder de los ciudadanos que ciudadanos. Por lo demás, la escuela de Columbine y la universidad Virginia Tech contaban con guardias armados cuando se produjeron en ellas sendas masacres. Para no mencionar el hecho de que Fort Hood era la base militar con más soldados estadounidenses en el mundo, cuando uno de ellos asesinó a 13 de sus compañeros e hirió a otros 30.

Es absurdo pensar que la tenencia de armas automáticas sería un contrapeso eficaz ante un Estado que estuviera dispuesto a emplear los blindados, acorazados, bombarderos y armas de destrucción masiva que tiene a su disposición.

Precisamente porque un individuo dotado de un arma automática y cargadores con más de diez proyectiles puede disparar docenas de balas en un minuto, pudiendo causar estragos antes de que alguien alcance a reaccionar. Ahora bien, las armas automáticas explican que un individuo aislado puede perpetrar una masacre, pero la gran mayoría de homicidios y suicidios con armas de fuego en los Estados Unidos no involucran fusiles automáticos. Por ello, la propuesta de Obama tal vez no baste para cambiar de modo sustancial el hecho de que la tasa de homicidios en los Estados Unidos sea doce veces mayor que el promedio de los países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.

Según una revisión de la literatura realizada por el Harvard Injury Control Research Center, la explicación es simple: mientras mayor es la proporción de armas en poder de civiles, mayor es la tasa de homicidios, sea que hablemos de un país, o de una región del país en cuestión. Esto último coincide con una investigación de Richard Florida, según la cual los Estados con normas más restrictivas para la compra y tenencia de armas en los Estados Unidos tienen una menor proporción de muertes por armas de fuego (incluyendo suicidios).

En el caso de Australia fue un primer ministro conservador como John Howard (quien, para más señas, respaldó la decisión de George W. Bush de invadir Irak en 2003) el que prohibió la adquisición y tenencia de armas automáticas y semiautomáticas. Según Fareed Zakaria, mientras en los 18 años previos a la prohibición en 1996 se produjeron en Australia 13 masacres con armas de fuego, no se ha producido ni una sola desde que la prohibición entró en vigor. Añade que, dependiendo de la fuente consultada, en Australia la tasa de homicidios con armas de fuego se ha reducido entre 59 y 80% desde entonces.

En ausencia de razones prácticas para oponerse a una prohibición semejante en los Estados Unidos, suele esgrimirse la Segunda Enmienda a la Constitución como salvaguarda: “Siendo una milicia bien regulada necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no debe ser infringido”. Aunque es usual señalar que la enmienda tendría como propósito evitar una tiranía, el contexto de su adopción sugiere que el propósito era evitar un intento británico por reconquistar su antigua colonia, en una época en la que el naciente Estado norteamericano carecía de un ejército profesional. De cualquier modo, es absurdo pensar que la tenencia de armas automáticas sería un contrapeso eficaz ante un Estado que estuviera dispuesto a emplear los blindados, acorazados, bombarderos y armas de destrucción masiva que tiene a su disposición.

Cabría recordar además que la última ocasión memorable en la que un defensor de la Segunda Enmienda decidió plantar cara al gobierno federal fue en Waco (en el estado de Texas), en 1993. En esa ocasión un sujeto bautizado como David Koresh (pero que alegaba ser Jesucristo reencarnado), decidió resistir el arresto bajo cargos de tenencia masiva e ilegal de armas y abusos sexuales contra menores. El primer intento de detenerlo culminó con la muerte de diez miembros de su secta, y cuatro policías. Durante el segundo intento de incursión policial, Koresh prendió fuego a su refugio, provocando la muerte de 69 adultos y 17 menores de edad. Dejo a criterio del lector decidir si se trató de un intento de proteger la libertad frente a un Estado tiránico (como alegó Timothy Mc Veigh para justificar su ataque contra un edificio federal en Oklahoma, dando muerte a 168 personas), o si se trató de un psicópata que ejerció su propia tiranía contra cuando menos parte de su secta.