La misma mecánica de funcionamiento de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), realizadas recientemente en Argentina, las transforma en un fenómeno interesante de ser analizado. Sobre todo por su condición de elección obligatoria que, más allá de constituir un mecanismo de selección de candidatos, las convierte en una suerte de censo de preferencias cuyo efecto puede asemejarse, de algún modo, al de un primer turno electoral en un sistema de doble vuelta.

Dentro de este marco, mientras que en las PASO predominan los incentivos para comportarse de forma sincera (es decir, escogiendo la alternativa que el votante considere "óptima"), en la elección general aumentan los estímulos para hacerlo de forma estratégica. En otras palabras, intentando maximizar la utilidad del voto y, por lo tanto, no necesariamente eligiendo la “opción favorita” desde el punto de vista individual.

El resultado electoral observado en las primarias argentinas, más que un simple vaticinio de lo que ocurrirá el 25 de octubre, se constituye como el punto de partida de redefinición de las estrategias de los candidatos, tanto oficialistas como opositores, y de los mismos votantes.

Por ejemplo, teniendo en cuenta el caso de la provincia de Buenos Aires, es más que probable que buena parte de los votos que Franciso De Narváez (opositor que obtuvo el cuarto lugar con alrededor del 10% de las preferencias) se desplacen hacia Sergio Massa (candidato opositor que logró el primer lugar en la contienda), aumentando la brecha electoral entre este último y Martín Insaurralde (candidato del gobierno), quien experimentará serias dificultades para absorber el voto de terceros.

De este modo, el resultado electoral observado más que un simple vaticinio de lo que ocurrirá el 25 de octubre, se constituye como el punto de partida de redefinición de las estrategias de los candidatos, tanto oficialistas como opositores, y de los mismos votantes.

Naturalmente, la más intensa revisión deberá realizarla el gobierno, sin lugar a dudas, el gran (aunque no único) derrotado de la jornada. Aun constituyéndose como la primera pluralidad, la abultada derrota sufrida en los distritos clave (Buenos Aires –provincia y ciudad-, Córdoba, Santa Fé y Mendoza) y en provincias típicamente kirchneristas, pulverizaron cualquier tipo de expectativa de utilizar las elecciones como trampolín para reformar la constitución con el objetivo de permitir una nueva reelección de la presidenta.

Así, aunque desde el oficialismo puedan lanzar la idea de que Cristina Fernández no era candidata (y por lo tanto no perdió), el perfil plebiscitario, directamente relacionado a su gestión que asumió la campaña del Frente para la Victoria (FpV), no le da tregua. En este sentido, del mismo modo que la utilización de recursos púbicos y del aparato gubernamental (incluyendo dentro de ella la participación directa y permanente de funcionarios del más alto rango) para realizar campañas suele representar una clara ventaja, puede constituirse como un boomerang en un escenario como el del domingo pasado.

Seguramente el gobierno debería reflexionar, aunque dudo que efectivamente lo haga, sobre la eficacia de su estrategia polarizadora y de los notables niveles de estrés social y político que ésta produce. Sin discutir su efectividad en algunos momentos, éstas últimas primarias han puesto claramente en cuestión su infalibilidad. La sensatez y el sentido común dictan que no debería hacerse oídos sordos a casi el 75% del electorado.

De ello dependerá no sólo el resultado de octubre, sino también los niveles de gobernabilidad hasta 2015. En este sentido, aun cuando sería apresurado, como ya lo hicieron muchos, firmar el certificado de defunción del kirchnerismo (sin ir más lejos, con resultados similares a los de las PASO mantendría quórum propio en ambas cámaras del Congreso), la misma elasticidad que ha demostrado históricamente el peronismo, combinada con un horizonte poco alentador junto a la presidenta, podría significar el final de la obediencia de muchos dirigentes (que podrían alinearse detrás de nuevos líderes, como es el caso de Massa) hasta hoy leales a Cristina Fernández, e indispensables para la supervivencia y proyección de su proyecto político.