En un país donde los cortes eléctricos han sido parte inseparable de nuestras vidas, ya no debería sorprendernos que se vaya la luz. Pero el domingo, a las 20:08 horas ocurrió algo que despertó las alarmas. Primero perdimos la señal televisiva, justo durante los primeros minutos del noticiero estelar. Después La Habana en su totalidad se apagó en una extensión y con una envergadura que no recordábamos, ni siquiera durante los huracanes más feroces. Más de 5 millones de cubanos en penumbras se preguntaban qué ocurría.

Cinco horas después llegaba de vuelta el fluido eléctrico al barrio donde vivo. Me aventuré a garabatear en un papel algunas peculiaridades de lo ocurrido:

- Al apagón eléctrico lo acompañó un apagón informativo. Durante más de cuatro horas los medios oficiales no dijeron nada de lo que ocurría. Con radios de batería, muchos recorrimos el dial en busca de una explicación, pero las emisoras nacionales guardaban silencio. Radio Reloj, que minuto a minuto debería ir dando los pormenores de sucesos nacionales e internacionales, hablaba de todo, menos de los más importante, lo que queríamos saber: ¿qué ocurría que medio país no se veía ni las manos?

Al final nos quedamos con la convicción de que el país está en una precariedad material que cualquier incidente de este tipo puede volver a pasar. Y, lo peor, los medios nacionales mantendrán su habitual secretismo.

- Las personas comenzaron a desesperarse. Las patrullas de policías sonaban sus sirenas en las calles y de vez en cuando se escuchaba pasar un carro de bomberos. Camiones con luces de “estado de sitio” patrullaban zonas del malecón. Eso aumentó el temor, que unido al silencio informativo generó aprensión y especulaciones.

- El incidente demostró la falta de previsión de la Empresa Eléctrica ante situaciones así. Los grupos electrógenos de muy pocos lugares lograron encenderse y en barrios de la periferia le pidieron a los propios vecinos que si tenían reservas de petróleo las llevaran para echar a andar algunas de estas plantas eléctricas.

- La red social Twitter volvió a probar su eficacia informativa. Una hora después de que llegara la oscuridad, ya en internet estaban los reportes alternativos de las dimensiones geográficas de esta. Pasó poco tiempo antes de que tuviéramos incluso una etiqueta para definir la situación #Apagonazo, mientras los medios oficiales dejaban en evidencia que solo pueden informar cuando se les autoriza.

- La tan sonada Revolución Energética que entre sus “conquistas” tenía la de impedir este tipo de cortes eléctricos monumentales, volvió a demostrar su fracaso. Hasta el emblemático Morro de la bahía de La Habana perdió la luz de su faro, que algunos asociaron irónicamente con aquel chiste de “el último que se vaya que apague el Morro…”.

- Más de la mitad de la gente que me llamó alarmada durante el tiempo de oscuridad, asociaban lo sucedido con algún problema en el gobierno. Frases al estilo de “esto se cayó…” se repetían por todos lados. La desinformación de los medios hacía más fuerte esa sensación. Lo cual indica el estado de fragilidad política y social de una nación, donde un apagón de varias horas puede llevar a sus ciudadanos a pensar que todo un sistema se ha desplomado. Significativo, ¿verdad?

- A medianoche la televisión leyó una breve nota tan críptica que generó más especulaciones todavía. Atribuían el hecho a una rotura en la línea de 220.000 voltios cerca de Ciego de Ávila. Hasta ahora no han agregado nuevos detalles.

- Poco a poco, durante la madrugada se restableció el fluido eléctrico en la capital y en la mayoría de las otras zonas afectadas. No hay reportes de daños ocasionados, aunque de seguro debe haber muchísimos.

- Al final nos quedamos con la convicción de que el país está en una precariedad material que cualquier incidente de este tipo puede volver a pasar. Y, lo peor, los medios nacionales mantendrán su habitual secretismo.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.