Uno de los símbolos de Al Qaeda incluye tres imágenes superpuestas. La primera es una imagen del globo terráqueo. Se sobrepone a ella la imagen de un libro abierto (el Corán). Antecede a ambas la imagen de un fusil Kalashnikov. Ese símbolo resume el objetivo máximo de Al Qaeda: imponer un Estado islámico a nivel mundial a través de la fuerza. Cuando se revisan encuestas de opinión, ese objetivo no persuadió virtualmente a nadie en los países de mayoría musulmana (en donde la gente se preocupaba, como el común de los mortales, por temas como la seguridad, el empleo o la educación, entre otros asuntos mundanos). 

En cambio, el maximalismo de Al Qaeda ejerció cierto poder de atracción entre jóvenes marginales no sólo respecto a las sociedades europeas en las que vivían, sino incluso respecto a las comunidades musulmanas de las que provenían. Jóvenes desprovistos tanto de oportunidades como de sentido de propósito, así como de redes sociales que les permitieran confrontar esas carencias. Es decir, jóvenes de un perfil social similar al de parte de quienes integraron grupos armados de filiación marxista en las décadas del 60 y 70. Como indica Olivier Roy en su libro “Globalized Islam”, la “Yihad Global” habría ocupado el espacio que dejo vacante la “Revolución Mundial” en la periferia de las sociedades europeas. Roy, por ejemplo, cita a un viejo militante marxista otrora ateo, que se convirtió al Islam alegando que hoy en día los yihadistas “son los únicos que combaten al sistema”. 

Aunque útil para conquistar territorios, ese criminal modus operandi suele ser contraproducente cuando se intenta consolidar lo conquistado.

Y esos reclutas provenientes de Europa son uno de los pilares del denominado “Estado Islámico” que, en Siria e Iraq, asumió tácticas y objetivos diferentes a los que promovía Al Qaeda. Una somera revisión de los denominados “Documentos de Abbottabad” (es decir, la correspondencia de Osama Bin Laden incautada en el lugar en el que residía), muestra las dos preocupaciones medulares del fundador de Al Qaeda al momento de su muerte. La primera eran los ataques indiscriminados contra civiles musulmanes que llevaban a cabo sus propios aliados. La segunda era la pretensión de esos aliados de establecer un Estado islámico en cualquier territorio que pudieran liberar de manos de los regímenes “apóstatas”, y sus “mecenas” occidentales (sic).  En el primer caso, Bin Laden temía que los ataques contra civiles musulmanes pudieran alienar a quienes pretendía fueran la base de apoyo de Al Qaeda. En el segundo caso, Bin Laden preveía que el intento de construir un Estado bajo la égida de Al Qaeda, conjuraría en su contra una coalición demasiado poderosa como para poder ser derrotada en una guerra convencional.

Visto el asunto en retrospectiva, Bin Laden tenía razón en ambos temas. Por suerte, sus aliados prefirieron ignorar sus consejos. Con lo cual Bin Laden terminó emulando al Doctor Frankenstein por partida doble: comenzó creando a partir de retazos un monstruo al que creía controlar (V., Al Qaeda), tan sólo para que este engendrara luego un nuevo monstruo que se tornó en su contra (siendo el denominado “Estado Islámico” en Siria e Iraq su expresión más acabada). Pero aunque Bin Laden estuviera en lo cierto al suponer que la crueldad extrema de sus aliados habría de alienar a quienes debían ser su base social (V., los musulmanes sunníes), ello no necesariamente implica que la violencia genocida del “Estado Islámico” sea irracional en un sentido instrumental. No es casual por ejemplo que la prensa en los países árabes compare a esa organización con las hordas mongoles que asolaron Bagdad en el siglo XIII bajo el mando de Hülegü Khan (nieto de Genghis Khan). El fin que cumple esa violencia desbocada parece bastante claro: si quienes se oponen al avance de tus combatientes saben que el precio de la derrota será el exterminio, sólo ofrecerán resistencia cuando crean tener una alta probabilidad de ganar, o carezcan de alternativa. De lo contrario, lo más probable es que prefieran huir. De ese modo, se neutralizan posibles focos de resistencia sin necesidad de combatir.  

Aunque útil para conquistar territorios, ese criminal modus operandi suele ser contraproducente cuando se intenta consolidar lo conquistado. A lo cual habría que sumar la otra previsión de Bin Laden: cuando otros grupos pertenecientes o afines a la red Al Qaeda intentaron establecer un “Estado” en el territorio bajo su control (en Yemen y Mali), la intervención decisiva de potencias occidentales (Estados Unidos y Francia, respectivamente), los obligó a retroceder. Es de suponer que lo mismo ocurrirá en Siria e Iraq. Pero esos antecedentes también nos advierten de que esos grupos no desaparecerán, sino que simplemente se replegarán para retomar tácticas propias de una guerra no convencional.